Hay adultos que consiguen esta magia: dicen algo y los niños les prestan atención y les creen , piden algo y los niños se los dan.
Pero antes de admirarlos ( y envidiarlos) vale la pena preguntarse ¿Qué hay detrás de ese poder? Porque si lo que encontramos es miedo, esa aparente obediencia automática deja de gustarnos. No es nada difícil lograr que los niños hagan caso por miedo al castigo, pero el precio que se paga es dolorosamente alto. Nada justifica que se use el miedo para controlar el comportamiento de los niños, jamás.
Prefiero pensar que esa adhesión existe porque está embebida de un ingrediente noble y valioso: la autoridad. Claro que no cualquier autoridad sino la autoridad democrática y respetuosa de los derechos que se debería vivir en cada familia.
No es autoritarismo, sino la aceptación y el ejercicio de la natural jerarquía democrática de un grupo unido por el amor (familia) donde hay adultos experientes y niños en desarrollo y formación.
La autoridad es una cualidad intangible que no se hereda ni se compra: solo es posible ganarla. Y eso se logra solamente a través del vínculo que establezcamos con los niños y nuestra propia conducta cotidiana. No se consigue ni con gritos atemorizantes, ni con amenazas y ni siquiera con discursos convincentes y teóricamente irreprochables. Solo nuestra actitud, honesta y real, es la que nos va a dotar del valor y del prestigio que necesitamos que nuestros hijos vean en nosotros.
Si equivocadamente basamos nuestra “autoridad” en el poder que tenemos sobre ellos, estamos tomando por una calle cerrada. Indefectiblemente llega el mo- mento en que esas malas estrategias claudican y nos quedamos sin libreto. ¿Durante cuánto tiempo podrán seguir apagándole la computadora, sacándole el celular o mandándolo en penitencia? No mucho.
Ese prestigio lo ganamos cuidando nuestro accionar cotidiano: nuestra coherencia al actuar, la incondicionalidad de nuestro amor, nuestro respeto a los derechos de todos, incluido el propio. Trabajar por ganarnos un buen lugar de autoridad sana implica también remontar la crisis del concepto de adulto respetable, del adulto con autoridad. Los niños hoy escuchan demasiadas quejas y demasiadas historias de la gente que hace las cosas mal. Tendríamos que esforzarnos por mostrarles también los buenos ejemplos: el mundo está lleno de personas de bien, aunque no salgan en la televisión ni les den premios.
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