La tristeza de la madres

Quien no está triste cuando corresponde estarlo tiene graves problemas. La tristeza es una de las muchas emociones normales, esperables y deseables que somos capaces de experimentar las personas. No sentir tristeza nunca nos habla de una muy baja capacidad de vibración emocional o de una enorme y peligrosa capacidad para engañarse a uno mismo.

La tristeza no es por cierto la emoción que concite más simpatías. Muchas personas le tienen miedo, no la soportan y hacen cualquier cosa para evitarla, desde intoxicarse con sustancias varias hasta hacer de su vida una gran y ruidosa mentira.

La tristeza normal aparece con motivos válidos, puede hacernos llorar pero no nos extingue las ganas y la energía para seguir adelante con nuestra vida. La sentimos clarita y delimitada en nuestro interior, pero no tienen porqué enterarse de esto los clientes que atendemos ni el vecino que sube al mismo ascensor. Es una tristeza que podemos compartir con quien decidamos hacerlo, pero que no invade desbordante todos nuestros gestos.

No hay que temerle a esa tristeza por más que no sea placentera. En la vida nos pasan efectivamente situaciones tristes: inevitablemente vamos a perder seres queridos, vamos a tener fracasos, vamos a tener que renunciar a algo que amábamos. Entregarse al dolor que todo eso nos produce, es lo que puede permitirnos emerger tan enteritos o más de lo que estábamos. Si nos engañamos y barremos la tristeza debajo de la alfombra, no será raro que salga en cualquier momento robustecida o transformada en cualquier cosa.

Pero no es de esa tristeza de la que les quiero hablar hoy. Es de la tristeza que tiñe toda la vida de algunas mujeres, la que les hace perder sostenidamente la alegría de vivir.

La mayoría sigue preparándole el desayuno a su familia, encargándose de lavarle la ropa, haciendo los mandados y ayudando a los hijos en los deberes. Si uno mira de lejos puede creer que todo está bien. Pero si estamos cerca y atentos veremos detalles a veces sutiles:  la mirada sin brillo, la amargura del gesto, percibiremos que toda su actividad se apoya sólo en la responsabilidad y de mil maneras diferentes entraremos en contacto con su desesperanza y su desamparo. A algunas de ellas se les nota claramente, pero a otras no tanto. Y todas me preocupan mucho. 

Esta tristeza que saca el gusto por las cosas de todos los días, que impide tener buen humor y que saca las ganas de tirarse en el piso para jugar con los hijos, no es tristeza, es depresión. Y la depresión de las madres es un veneno para los hijos.

Hace ya mucho que se sabe que la depresión materna es un factor de riesgo fuerte para el desarrollo de los hijos. Estos, no sólo tienen mucha chance de desarrollar ellos mismos depresión (aún los bebes) sino que todo su desarrollo puede verse interferido. Son niños que no florecen como deberían ni física ni cognitiva ni emocionalmente.

No los voy a aburrir detallándoles por todas las vías cómo la depresión de las madres afecta el desarrollo de sus hijos pero les aseguro que es real e inevitable. No se engañen a sí mismas diciendo: “ellos no se dan cuenta de nada porque yo sigo haciendo todo igual”. Eso no es verdad nunca. Madres e hijos tiene una conexión que va más allá del café con leche en la mesa o el nudo de la bufanda.

Los hijos perciben el humor, el clima interior de sus madres y se regulan en función de él. Esto no es voluntario ni deliberado, simplemente se da naturalmente. La grisura interior de las madres es inocultable para sus hijos y les hace mal.

Por eso me preocupa doblemente la enorme frecuencia con que me encuentro con madres que parecen haber aceptado vivir sin alegría. Me preocupo por ellas que se pierden lo mejor de la vida y me preocupo por sus hijos, que quedan contaminados. Me desespera ver cuántas mujeres parecen aceptar que la vida es eso: cumplir con lo que está en el libreto y dejar pasar el tiempo con pena y sin gloria. ¡No! No acepten la depresión como un estado inevitable: es una afección tan real como una hepatitis . Pidan ayuda, consulten, busquen soluciones que existen y no son inaccesibles.  

¡Basta de excusas! No se justifiquen diciéndose a sí mismas que tienen buenas razones para sentirse así. Puedo presentarles a muchas mujeres que crían hijos discapacitados o que han sufrido la muerte de un hijo y que más allá de la tristeza inevitable que han sentido y sienten, han podido resurgir vivas y fuertes emocionalmente.

Lamentablemente, a lo largo de la historia, las mujeres hemos permitido que se nos ponga el cartel de “locas”, “inestables”, ”ováricas”. Es tan terriblemente fuerte este estigma que recientemente se publicó un trabajo canadiense que demuestra que los infartos de miocardio en mujeres pueden ser más peligrosos porque muchas veces se malinterpretan por los médicos como “ataques de ansiedad”. Parte de las muchas tareas que nos quedan a las mujeres por delante es borrar esta imagen de locas potenciales permanentes. Y de donde primero lo tenemos que borrar es de nosotras mismas.

No aceptemos como inevitable el sentirnos mal. Hagámoslo por nosotras en primer lugar, pero también por la salud de nuestros hijos.

publicado em mujermujer en el 2014

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